Por Dr. Enrique Baleriola – Investigador Emergente Centro de Investigación para la Educación Inclusiva – Línea» Políticas y prácticas de gestión para la inclusión». (Fotografía de portada: Agencia Uno)
Luego de meses de debate, la Cámara de Diputados rechazó legislar sobre el proyecto Admisión Justa, mediático y debatido. Y en este caso, tanto lo mediático como lo debatido no por los mejores motivos. Si cualquier ciudadano esperaba que el tablero político moviese sus fichas en base a la evidencia científica sobre el proyecto y el raciocinio legislativo, Admisión Justa pasará a la historia por el juego de tronos político, las fotos de niños actores y los correos a apoderados que rozan lo propagandístico.
Admisión Justa, desde su nacimiento, nunca fue un proyecto justo. En su raíz alegórica, la justicia se representa como una figura con los ojos vendados y una balanza perfectamente equilibrada, de ahí proviene el dicho la justicia es ciega. Y precisamente, el sistema de admisión que se rechazó suponía quitarle la venda a la justicia y poder ver y seleccionar a aquellos estudiantes con mejores calificaciones. “¿Dónde queda la justicia en un sistema que no premia a los mejores?” se decía para defender el proyecto. A buena parte de nuestros políticos le costó entender que precisamente, la justicia es justa cuando no beneficia pero tampoco perjudica a nadie. Y menos en un sistema educativo donde evidencia científica a nivel nacional e internacional ha demostrado que obtener buenas calificaciones no significa solamente ser buen o mal estudiante sino también si esa persona ha tenido mejores recursos, si ha tenido la suerte de nacer en una comuna con más poder adquisitivo, o si ha podido acceder a un colegio particular o subvencionado.
Porque para legislar por un sistema verdaderamente justo, se tendría que abogar porque todos los colegios fuesen de excelencia y no unos pocos (concentrados en una parte de nuestro extenso país), sin excesos de demanda, sin entender la educación en términos económicos. Porque nuestros estudiantes son mucho más que un puntaje SIMCE o un valor económico por su vulnerabilidad: las niñas y niños son personas con una historia, una trayectoria, un contexto y luchas personales únicas. De esta forma, Admisión Justa sería una ley que dejaría de tener sentido: el sistema educativo sería justo en sí mismo.
Y por supuesto que hay puntos que mejorar a nivel legislativo. Claro que hay situaciones de niñas y niños que no son las mejores en su caso de admisión escolar. Por supuesto que nuestro sistema educativo está lejos de ser perfecto. Pero sin duda, aquello que definitivamente no lo va a mejorar es disolver uno de los valores que debe guiar a cualquier sociedad o país: el concepto de justicia, la garantía por parte del Estado de que todo niña o niño va a poder disfrutar de la mejor educación posible en nuestro país. Se hizo justicia con Admisión Justa.