Ni justo ni necesario

Ni justo ni necesario

Autora: Silvia Redon, Doctora en Educación Responsable de Línea Ciudadanía y Educación del Centro de Investigación para la Educación Inclusiva.

Al poco tiempo de haber asumido su mandato, Jair Bolsonaro, recientemente electo presidente de Brasil, criticaba en medios de opinión pública la dañina ideologización socialista impulsada por el gobierno de Dilma Rousseff y Lula da Silva, obligando a que maestras y maestros brasileños mantuviesen en el futuro una posición neutra y aséptica, sin contaminaciones ideológicas y por este motivo mandó a retirar textos de la pedagogía Freiriana, entre otros. Cabe recordar que en nuestro pasado reciente, el gran fundamento que arguyó la junta de gobierno militar para justificar el Golpe de Estado fue el programa denominado ENU –Escuela Nacional Unificada– calificándolo como un atentado a la democracia por su carácter de adoctrinamiento e ideologización marxista en la educación chilena.

En buena hora la ministra de Educación, Marcela Cubillos, declara y ratifica en un medio de opinión pública la ausencia de neutralidad –la no neutralidad– que todo proyecto educativo supone. Muy por el contrario, todo proyecto educativo intenta reflejar las convicciones políticas más profundas que subyacen en la ideología del gobierno de turno. Eso es así, ya que todo proyecto educativo se inspira en una idea de sujeto y sociedad que desea transmitir y perpetuar a través del currículum escolar en la institución educativa. ¿Qué tipo de sociedad subyace a los principios de selección impulsados por el Ejecutivo? ¿Cuál es el relato de este proyecto político?

“Este es un proyecto justo y necesario, y el gobierno lo propone porque reivindicar el esfuerzo, el mérito con la inclusión, la libertad de proyecto educativo y de los padres para elegir la educación de sus hijos está en nuestras convicciones más profundas. Es el corazón de nuestro programa de gobierno”, ha manifestado la titular de Educación.

No sé si podemos acudir al denso y profundo concepto de justicia para justificar esta propuesta, menos a la idea de necesidad, pues estoy segura que aquellos estudiantes fracasados, que no ponderan en los rankings, que tienen múltiples problemas afectivos, cognitivos, de salud, sociales y personales no necesitan esta ley que les excluye, muy por el contrario, requieren ser incluidos y tratados preferentemente al no tener en su nicho familiar lo que la escuela y la educación les puede entregar. Estudiantes que bajo las rúbricas no darán la talla para ser seleccionados en colegios de excelencia u otros porque habitan lo social desde la discriminación, la ausencia de derechos, la marginalidad y la precariedad. El proyecto Admisión Justa los anula, los marca y, sin duda, no les permite elegir, menos ser libres. Tampoco se puede afirmar que es una propuesta justa ya que muchos experimentarán una profunda injusticia por su condición de origen, traducida en la ausencia de un derecho.

¿Qué configuración política subyace a esta iniciativa? Supone un daño irreparable pensar la sociedad chilena y la constitución de sujeto (subjetividades) en un campo de batalla de ganadores y perdedores por la herencia de capitales sociales, culturales y afectivos en la que algunos son afortunados y poderosos, y otros perdedores y excluidos. Incentivar a un estudiante para que les gane a otros, compita con sus pares, configure su identidad en base a una posición en una escala en la que siempre habrá mejores y peores que él o ella es destruir toda posibilidad de un “nosotros”, de un común, de una noción de sujeto que se configura a partir de lazos vinculares, solidarios, colaboradores y generosos.

¿Qué significa que los padres elijan el colegio de sus hijos? ¿Significa que Chile ha generado una mejor oferta educativa con mayor cantidad de propuestas gratuitas? ¿Quién elige? ¿Quién puede elegir en Chile el tipo de educación que quiere para su familia?

La convicción política tras este proyecto educativo “justo y necesario” sólo reproduce la cuna de origen, perpetúa a los exitosos y a los fracasados, configurando un tipo de sociedad competitiva, individualista y excluyente.  ¿Dónde queda la solidaridad de una comunidad que está a la base de nuestra especie y que sólo podrá evolucionar y tendrá futuro si logra resguardar el “nosotros y el común” para pensar y amar sabiamente?

Columna publicada en «El Mostrador» el 5 de marzo de 2019 – Ver en este enlace