VOLVER A CLASES: ¿CUÁL ES EL SENTIDO?
Varias señales han dado las autoridades hacia una vuelta a “una nueva normalidad”, entre ellas, la de un retorno progresivo a clases presenciales en las escuelas. Más allá de la discusión respecto de si las condiciones para volver a las actividades escolares en los establecimientos garantizan el resguardo de la salud, conviene también reflexionar sobre el sentido educativo que ello tendría.
¿Cuál sería el objetivo curricular de una vuelta a clases presenciales? Si en estas semanas hemos visto que en la mayor parte de las escuelas las clases virtuales o las formas alternativas que se buscaron para subsanar la ausencia de clases presenciales son remedos de las actividades curriculares habituales, cabría esperar que al retorno presencial –aunque se realice alguna actividad o considere un periodo de reflexión, adaptación, o como quiera llamársele– se retome el mismo currículo y las mismas metodologías.
¿Parece razonable, después de las experiencias de los últimos meses, apresurarse a retomar una actividad tan central en la vida de las personas y la sociedad como es la escolarización, como si no hubiera pasado nada, como si se hubiera tratado de un paréntesis? A nosotros no.
Consideramos imprescindible reorientar el currículo y las metodologías hacia los saberes y prácticas necesarias para la vida en común, más que para el éxito académico e individual. Esta crisis nos ha mostrado en forma meridianamente clara la inadecuación del actual sistema escolar para lograr un objetivo esencial, cual es preparar a las personas y la comunidad para hacer frente a la vida cotidiana.
La escuela de hoy en Chile –circunscrita a una lógica de mercado y de rendición de cuentas– es un sistema ensimismado, en que cada nivel prepara para acceder al siguiente con asombrosa independencia de la vida no escolar, de la vida de la comunidad y las familias que la componen, incluso de las propias vidas personales de quienes participan en los procesos escolares. La escolarización se ha distanciado demasiado de la educación, reduciéndose a repetir relaciones preestablecidas(1) que serán medidas y calificadas luego en pruebas y exámenes, y darán lugar a una clasificación a partir de puntajes en pruebas estandarizadas como SIMCE o la PSU, pero ¿Lleva todo eso a una vida mejor? ¿Nos ha servido de algo, por ejemplo, para afrontar este momento de crisis generado por la COVID-19?
La educación, en cambio, es un proceso activo de acercamiento a la realidad efectiva, al mundo de los problemas y las soluciones reales en todos los ámbitos de la vida(2). Y, entre ellos, qué duda cabe, los más importantes son aquellos que nos permiten ser mejores personas, vivir buenamente, convivir en armonía con los demás y contribuir al bienestar común, ninguno de los cuales ha manifestado tener una importancia verdadera en el currículo, excepto en el plano discursivo y ceremonial.
En consecuencia, lo más relevante a nivel general es iniciar una reflexión sobre el sentido de la escuela y la educación: qué queremos que la educación produzca en niñas, niños y jóvenes; qué papel juega la escolarización, si juega alguno, en el proceso educativo; cómo ambos –educación y escolarización– se relacionan con otros ámbitos de la vida comunitaria, como la participación, el trabajo y la producción, y sobre todo con el bienestar personal y el bienestar de la comunidad.
Esta reflexión es esencial, además, en el contexto de un proceso constituyente como el que fue interrumpido por la irrupción del virus, suspensión que nos está mostrando dramáticamente la crisis terminal de nuestro actual sistema escolar.
Autores
Dr. Francisco Leal y Dr. Sebastián Zenteno
Universidad de Tarapacá y Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Investigadores Centro de Investigación para la Educación Inclusiva
Línea: “Motivación y compromiso con el aprendizaje”
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(1) Calvo, C. (2013, 5ª ed.). Del mapa escolar al territorio educativo: disoñando la escuela desde la educación. La Serena: Universidad de La Serena.
(2) Calvo, C. (2015). La propensión a aprender entrampada por la escolarización. Infancia, Educación y Aprendizaje (IEYA), 1(1), pp. 22-42. |